1. Pintura de género, clásica. La naturaleza muerta, el paisaje o la pintura de flores. Trazar líneas de relaciones pictóricas y de relaciones con otras disciplinas artísticas y conformar, pues, cierta genealogía. ¿Hacia dónde va? ¿De dónde viene? Y entonces me olvido de todos.

2. El juego entre materia y superficie, el propio acto de pintar, el deseo y el tiempo. Creación y destrucción, poner y quitar, afirmar y negar, negro y blanco, innumerables dicotomías y peleas de contrarios, la lucha y el placer y lo que en ese deambular se pierde y lo que de ahí queda: los accidentes, chorreos, errores, huellas, bordes, intersticios, restos... la magia de la materia y el gesto registrado en la superficie; todo ese “otro” que sucede mientras yo me afano en pintar, y entonces consigo pintar peor.

1 + 2. Antes, aquí, allí, ahora, de todo ello nacen elementos que -repetidos, reexpuestos, en variación, transformados, desarrollados, una y otra vez- son entendidos y convertidos, de repente, en lenguaje; en ese instante pictórico donde todo sucede y confluye, gesto –quien hace- y ojo –quien decide- se convierten, de manera definitiva, en las dos herramientas fundamentales. Y entonces esta pintura empieza a ser, sobre todo, un emocionante juego -a la vez primitivo y sofisticado- entre el cuerpo, el pensamiento y la materia.